lunes, 3 de febrero de 2014

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La cruz, que a veces es tan solamente dos palos amarrados, vetustos y carcomidos por el desgate del uso, se convierten sin presentación ninguna en nuestro símbolo sagrado de confesión religiosas que precede a la humanidad en las más grandes manifestaciones y en los más pequeños momentos de humildad personal de acercamiento a nuestro Creador, y es siempre una proclamación de fe que acompaña la certeza de que Dios te está mirando complacido de tu muestra de amor, de unos segundos, de unos minutos, tiempo demasiado pequeño en nuestras propias vidas y que va dedicado para quien es atemporal, acaso será como un apretón de manos o un beso en la frente o llevar ya la mirada dirigida a su rostro, y con solo pensar todo esto un tiempo mínimo, ya es extraordinario.