lunes, 3 de febrero de 2014

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Nunca nos dijiste si el sol de la casa de la Bajada, en Miraflores, era el que más te gustó, me parece que te encantó. Nos estás presentando una de las primeras veces que lo recibiste después de desembarcar en el Callao de la nave de la Grace Line, y de quedarte una primera temporada con tu abuelita Isabel. No parece para nada que tuviste nostalgia de la luz del sol de otros lugares conocidos.

En ese antes, que son estos tiempos tuyos que nos estas presentando, cuando el sol significaba vida, como el dios bondadoso de la naturaleza que lograba que el florecimiento de todo lo viviente con solo regar con agua a la tierra y me decías que uno mismo se bañaba en la tina y también el mar que se llama Océano Pacífico y así había que exponerse, casi como una obligación, a recibir con tranquilidad sus rayos que solamente beneficiaban al cuerpo y lo nutrían de vida, y broncearse tendidos en la arena de la playa, en la grama o en una hamaca, una costumbre de lo más social y bonita que podía existir. Un secreto era usar aceite de almendras y el más contundente el aceite Johnson. La crema Nivea se usaba como un protector en la cara, particularmente en la nariz. Las insolaciones se refrescaban con leche de magnesia, que era más conocido como purgante, y era una maravilla como refrescaba, también se usaba la crema Nívea. Y después a pelarse la cara, la espalda, las piernas y a escucharte decir aquello del que no te toques, que se cae solita la piel, era prácticamente como despellejándote o descascarándote o como una muda anual de la piel por el sol. Y ya nadie sabe cuando se acabó la moda de asolearte anunciándote de que es cancerígeno y ahora te dicen y te dicen sin cansarse de repetir, no puedes recibir sol sin protección.