lunes, 3 de febrero de 2014

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Es de esos momentos que pertenecen a los inicios de la vida, de los tiempos silenciosos en los que todavía no se habla y que la memoria se encuentra en proceso de formación y en los que la vida se sucede exclusivamente entre madre e hija, absolutamente usual en todas las partes de la tierra, que se dan por realizadas, que sucedieron y nadie recuerda, por lo bello, por lo simple y de lo que no se escapa nadie y en las excepciones siempre hay tristeza sin consuelo. Nadie piensa que existieron, pero es también cierto que nunca están presentes. Es cierto, no hay forma de recordarlos, ni tampoco comprobarlos y va pasando el tiempo y se olvidan, y puede ser que desaparecen por otras circunstancias que se presentan que toman su lugar y las considera de mayor importancia. Seguramente, todos sin excepción, sienten que sucedieron con solamente cerrar los ojos, ya que es simplemente visualizar la relación de la sangre con la sangre de la vienes, la realidad concreta de que es la de tu madre, quien te cuidó, te vistió y la única que puede presentarte orgullosa para la foto. Eso es parte de la vida misma de cada uno, que se puede agrupar en todos, quienes saben que existió, que a cada uno le pasó lo mismo, y por eso nadie tiene que contarlo. Es de lo más normal, que pasa en esta vida, por eso y por muchas más cosas, tan enormes como esta, que persisten en desarrollarse hasta que ya no es posible, y te queda como el sello de tu vida, y tan solamente queda esta imagen, para quienes quieran ver a Agosti con su mamá, unidas para siempre, hasta los últimos pensamientos posibles a lo que es posible llegar y cuando ya el espíritu sabe que es el momento de irse.