Érase una vez que a una niñita la vistieron para ir de
fiesta a un sitio que estaba señalado de ser el más lindo que pudiera existir,
la acompañaron sus dos primitos y su amiguito el conejo que no quería caminar y
que se tuvo que quedar en sus brazos toda la tarde. No no es que fuera tímido,
antes ya había ido a muchos lugares de lo más preciosos, pero en ese momento
simplemente necesitaba recibir cariño y Agosti no quiso soltarlo, decidió que
si todo era tan bonito como le habían prometido, era para quedarse sentada y
dedicarse a mirar lo que estaba previsto ser visto. No era pues, ni un día de
exploración y mucho menos para animarse a crear una aventura imprevista y, así
resultó muy lindo y entretenido, pero de la misma forma que se inició rápido,
de pronto se acabó de pronto, sin previo aviso y no se presentó camino
diferente que el regresar a casa, con emociones que no encontraban la forma de
solucionarse, sino que incrementaban la necesidad que prosiguieran sin acabarse
y así ya cansados de tantas emociones entre finalizadas y sin quererse acabar,
les pidieron de George y Henry se sentaran con la prima, en la gradita del
edificio en el que vivían, para una foto que tenía como destino a Lima, para la
abuelita Isabel que no los conocía y así es que están mirando la cámara,
expectantes, queriendo participar en todo lo que sea bonito, con la idea que
nunca se acabe y ser felices por siempre.