lunes, 3 de febrero de 2014

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Érase una vez que a una niñita la vistieron para ir de fiesta a un sitio que estaba señalado de ser el más lindo que pudiera existir, la acompañaron sus dos primitos y su amiguito el conejo que no quería caminar y que se tuvo que quedar en sus brazos toda la tarde. No no es que fuera tímido, antes ya había ido a muchos lugares de lo más preciosos, pero en ese momento simplemente necesitaba recibir cariño y Agosti no quiso soltarlo, decidió que si todo era tan bonito como le habían prometido, era para quedarse sentada y dedicarse a mirar lo que estaba previsto ser visto. No era pues, ni un día de exploración y mucho menos para animarse a crear una aventura imprevista y, así resultó muy lindo y entretenido, pero de la misma forma que se inició rápido, de pronto se acabó de pronto, sin previo aviso y no se presentó camino diferente que el regresar a casa, con emociones que no encontraban la forma de solucionarse, sino que incrementaban la necesidad que prosiguieran sin acabarse y así ya cansados de tantas emociones entre finalizadas y sin quererse acabar, les pidieron de George y Henry se sentaran con la prima, en la gradita del edificio en el que vivían, para una foto que tenía como destino a Lima, para la abuelita Isabel que no los conocía y así es que están mirando la cámara, expectantes, queriendo participar en todo lo que sea bonito, con la idea que nunca se acabe y ser felices por siempre.